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Dejarse caer

Mientras le observaba a una distancia prudencial, me preguntaba por qué se dejaba caer, por qué ya no oponía resistencia alguna, como aceptando los designios de un Dios furibundo. Su expresión era de calma absoluta, muy distinta a la que habría tenido hasta ahora, incluso opuesta. Su respiración se tornaba tranquila; ya no mascullaba, ni sentía en su pecho el ardor del aire entrando a borbotones. Su cuerpo se dejaba caer, con laxitud completa, olvidando esos momentos de tensión y abigarramiento. En cierto modo,  y visto todo en conjunto, su cuerpo hablaba como redactando una declaración de intenciones definitiva. Porque el final, era esto: dejarse caer, en paz. Visto en perspectiva, de poco había servido el esfuerzo y la lucha constante durante años, sino de retrasar lo inevitable un poco más, a cambio de un sacrificio que visto ahora, era completamente innecesario. Pero la insatisfacción le devoraba, le impedía mirar a su alrededor, todo lo que tenía y que bien merecía, y todo por lo

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